¡Qué familia! La familia en México en el siglo XXI > Introducción

introducción


Uno de los procesos demográficos con fuertes implicaciones sociales que caracterizan más claramente a México en las décadas recientes es la caída acelerada de la fecundidad y con ello la modificación de los ritmos de crecimiento de la población y la transformación de su estructura por edad. Al mismo tiempo se producen cambios en las condiciones sociales de la población, fundamentalmente de la población femenina, relacionados directa o indirectamente con esta dinámica demográfica transicional.

Es posible suponer que el hecho de que las mujeres puedan tener control sobre su fecundidad les permite acceder a la realización de actividades más allá de los roles definidos por la maternidad, lo que supuestamente generaría situaciones que modifican su condición social y finalmente las condiciones de vida de sus familias.

Paradójicamente y en contraposición a las posiciones que ubicaban el origen del subdesarrollo en las elevadas tasas de crecimiento de la población, en este periodo las condiciones de vida de los mexicanos se han deteriorado considerablemente sin que se perciba que “la familia pequeña viva mejor”.

En una época en la que el descenso acelerado de la fecundidad modifica radicalmente no sólo el ritmo de crecimiento de la población y su estructura, sino que da lugar a nuevas situaciones entre las que sobresalen el envejecimiento de la población, una mayor autonomía femenina y estructuras familiares en donde los flujos de recursos entre las generaciones cambian de sentido (Caldwell, 1981), adquiere cada vez mayor relevancia la investigación de los procesos demográficos que producen cambios en una organización básica para la sociedad como lo es la familia, lo que permitirá prever los escenarios ante los cuales estaremos colocados en el futuro, en el mediano y en el largo plazo.

El estudio de la familia, se puede abordar desde diferentes perspectivas; puede ser de interés la observación de los cambios en el proceso de su formación, su mantenimiento y su desintegración, en cuyo caso, generalmente las uniones conyugales son el centro de atención, o bien su estructura y su composición, lo que tiene que ver con la manera en que se modifica el número de sus miembros y el rol que juega cada uno de ellos en esta organización y puede ser relevante el análisis de las relaciones inter e intra generacionales; todo esto privilegiando temas de la sociodemografía, pero también desde la perspectiva estrictamente sociológica, el papel de la familia en la transmisión de valores y en la educación de los individuos constituyen temas prioritarios para entender a la sociedad desde la dinámica de su unidad primaria.

Uno de los temas que mayor interés ha despertado para analizar los efectos del cambio social en general es el estudio de la manera en que las unidades familiares se organizan para enfrentar los problemas de la existencia cotidiana, ante la cada vez mayor evidencia de deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población.

Cornia (1987), en un trabajo ya clásico, clasificó el conjunto de acciones de lo que considera las estrategias de supervivencia a nivel familiar en tres grupos: a) estrategias destinadas a la generación de recursos, b) estrategias para mejorar la eficacia de los recursos existentes y, c) estrategias de extensión familiar y migración.

En el primer grupo de acciones se ubican aquellas que incrementan la oferta de fuerza de trabajo a través de una participación creciente de las mujeres y otros miembros de la familia en actividades que generen ingresos, sobre todo en el llamado sector informal de la economía.

El incremento de la producción propia, el endeudamiento progresivo, la venta de activos o las transferencias tanto públicas a través de subsidios, como familiares, a través de las redes de apoyo completan este grupo de acciones.

En cuanto al uso eficaz de los recursos existentes, la población desarrolla cambios en los hábitos de compra, las pautas de consumo e incluso las pautas dietéticas, lo que en la realidad significa una reducción en la ya de por sí limitada ingestión de proteínas, hasta llegar a una reducción absoluta en el consumo de alimentos con efectos adversos sobre el desarrollo infantil.

No cabe duda que la situación económica en nuestro país le da sentido al comportamiento de los individuos hasta integrar en su conjunto verdaderas estrategias de sobrevivencia, concepto que la sociodemografía latinoamericana puso a circular hace ya varias décadas para explicar el comportamiento demográfico más allá de situaciones coyunturales, a partir del análisis de la reproducción social de la población ligada a la reproducción de la fuerza de trabajo.

Aunque la denominación de estrategias de sobrevivencia se ha utilizado recientemente para explicar los arreglos coyunturales que hacen las familias para enfrentar situaciones de crisis, el carácter estructural de la situación de las economías en desarrollo, da sentido a un concepto que relaciona los comportamientos individuales o familiares con el estilo de desarrollo de una sociedad y permite incorporar en el análisis las dimensiones más relevantes entre las que sobresalen el mercado de trabajo, el acceso al consumo, la acción del Estado y las condiciones de vida de cada grupo o clase social.

Es a través del análisis de estas dimensiones que se puede entender la evolución de determinados regímenes demográficos en los países en desarrollo caracterizados hasta muy recientemente por elevadas tasas de crecimiento natural producto de una elevada fecundidad.

En la actualidad, el escenario demográfico en el que el crecimiento de la población ha descendido considerablemente debido a una caída drástica de la fecundidad, la población es fundamentalmente urbana y se producen grandes flujos migratorios hacia unas cuantas áreas metropolitanas, la evolución de la fecundidad y la mortalidad se encuentra íntimamente ligada a procesos sociales más amplios y ejemplifica de manera clara la relación entre lo demográfico y el cambio social, por lo que para definir posibles escenarios futuros es necesario hacer referencia a situaciones específicas.

La familia, constituye el crisol en el que se funde un amplio número de procesos de cambio y a partir de ello se solidifican nuevos arreglos familiares
A estos cambios globales, contribuye la dinámica demográfica en la cual se inserta el individuo y las organizaciones de las cuales forma parte. Una breve descripción del comportamiento de algunas variables demográficas permite entender su efecto sobre la familia.

Por el lado de la mortalidad general, los cambios que se producen y que incrementan la esperanza de vida, tienen su origen en las transformaciones sociales y condiciones socioeconómicas diferenciales de los grupos de población.

La modificación de los patrones de crecimiento poblacional que se origina en una primera etapa por la caída de la mortalidad, coincide con un periodo en la que se generaliza la aplicación de medidas de salud que alcanzan a proporciones importantes de la población y a la existencia de un sistema de seguridad social excepcional, que cubre a los trabajadores asalariados y sus familias y permite tener acceso a la medicina preventiva y curativa. La creación del Instituto Mexicano del Seguro Social tuvo un efecto importante sobre la mortalidad y la morbilidad en este país.

Debido a sus orígenes, este proceso de descenso en las tasas de mortalidad se inicia en las áreas urbanas más importantes de cada país, sin embargo conforme la sociedad se desarrolla se pueden observar reducciones de la mortalidad general y la mortalidad infantil en localidades cada vez de menor tamaño.

La creación de una infraestructura sanitaria e instituciones de seguridad social con amplia cobertura de servicios médicos, ha jugado un papel fundamental en la mejora de las condiciones de salud de proporciones importantes de la población y junto con la aplicación de los antibióticos, los insecticidas y las medidas de saneamiento público, provocaron una baja en las tasas de mortalidad a partir de los años cuarentas.

Mientras la mortalidad descendía, la fecundidad se mantuvo a niveles elevados y estables hasta finales de la década de los años sesenta, lo que generó las tasas de crecimiento más elevadas de la historia moderna y una distribución por edades con predominio de la población joven, que en forma creciente demandaba servicios educativos y empleo.

De una estructura que tenía más de 50 años, en la cual casi la mitad de las muertes se originaban en enfermedades infecciosas y parasitarias, es decir enfermedades de la pobreza, y en la que las muertes asociadas a enfermedades crónico-degenerativas representaban un porcentaje mínimo de todas las enfermedades, se pasa en la actualidad a un perfil de mortalidad que, aunque conserva un componente originado en las enfermedades infecciosas, muestra la importancia creciente de las muertes por cáncer y enfermedades cardiovasculares y, especialmente, de las muertes por causas violentas.

Cuando se analiza la mortalidad de la población según características socioeconómicas, lugar de residencia y grupo social, se hace evidente la existencia de lo que puede denominarse sobremortalidad de los grupos ubicados en los estratos económicos más bajos, habitantes de las áreas rurales y de las áreas geográficas con los mayores índices de marginación social, por lo que existe una clara mortalidad diferencial al interior de la estructura social.

Este proceso diferencial es aún más evidente en el caso de la mortalidad infantil, ya que si bien en los años recientes se ha producido una importante reducción en sus niveles, los especialistas señalan que “la desigualdad en las posibilidades de sobrevivir durante la infancia, lejos de desaparecer se agudiza cada vez más hasta alcanzar en la actualidad una polarización epidemiológica” (Bobadilla y Langer, 1990).

La determinación del papel de las instituciones sociales en la disminución de la mortalidad infantil ha sido el objetivo de investigaciones en las que se considera que es posible identificar, como en el caso de la fecundidad, los “determinantes próximos”, a través de los cuales y sólo a través de los cuales la estructura social influye sobre la mortalidad infantil.

Puede aceptarse que un enfoque de esta naturaleza haría posible definir políticas públicas que tuvieran impacto sobre la mortalidad de los menores de un año y, al mismo tiempo, se identificaran los límites estructurales de programas focales.

Como consecuencia del incremento de la esperanza de vida y el descenso de la fecundidad, los ancianos representan una proporción cada vez mayor del total de la población. En otras palabras, al observar la evolución de la estructura por edad de la población a través de la denominada pirámide de edades, que constituye su representación gráfica, es posible constatar que la población envejece cuando se reduce proporcionalmente la base de la pirámide o cuando se incrementa su vértice. El primer caso es el resultado de una disminución en la proporción de personas jóvenes debido a la caída de la fecundidad, mientras que en el segundo caso, el incremento en el vértice es una manifestación de los cambios en la sobrevivencia de la población que se traducen en incrementos de la esperanza de vida.

En resumen, en el proceso de la transición demográfica el envejecimiento de la población es una situación inevitable que resulta de la baja en la fecundidad y la mortalidad.1

Mientras que alrededor de 1940 la esperanza de vida en México no superaba los 40 años, en la actualidad la esperanza de vida se acerca cada vez más a los 80 años, y es posible suponer mayores ganancias en la sobrevivencia si se concretan los nuevos descubrimientos de la ciencia para abatir las enfermedades crónico-degenerativas.

A partir de los indicadores disponibles, es posible definir un escenario demográfico en constante y acelerado envejecimiento del país en las décadas que siguen.

Este proceso tiene consecuencias importantes en diversos niveles de la vida social relacionados con la necesidad de dejar satisfechas las demandas de servicios de salud, vivienda y empleo, con características diferenciales en relación con los grupos de la población que forman la sociedad; en especial por los requerimientos de atención a los ancianos al interior de las unidades familiares.

El envejecimiento junto con el cambio en el perfil epidemiológico que, como ya se mencionó, pasa de una preeminencia de las enfermedades infecciosas a las enfermedades crónicas, hace necesario poner atención a situaciones no visualizadas anteriormente en la definición de un escenario demográfico nacional, especialmente por la ampliación de la sobrevivencia en un estado de salud deteriorado para proporciones cada vez más importantes de la población.

Si no se actúa en la mejora de las condiciones de vida de los individuos desde la niñez, la prolongación de la vida humana después de cierta edad significa la prolongación de una vida con incapacidades, en la que diversas actividades de la vida cotidiana se ven involucradas: el trabajo, el uso del tiempo libre y las relaciones interpersonales tanto en la familia como fuera de la familia, entre otras.

Cuando estas incapacidades se originan en una enfermedad, la familia es el espacio de atención y cuidado de los ancianos, y lo será cada vez más en la medida en que las políticas sociales le transfieren a la familia lo que antes era una responsabilidad de las organizaciones públicas.

El apoyo que los miembros de la familia otorgan al anciano constituye parte de un intercambio generacional entre padres e hijos cuando éstos existen o están disponibles, o del cónyuge en caso de tenerlo; sin embargo, la disponibilidad o la ausencia de unos u otro, da lugar a una serie de arreglos en los que las redes sociales cumplen un papel fundamental.

En un periodo en el que el número de hijos por pareja conyugal disminuye aceleradamente, la posibilidad de que los ancianos cuenten con los hijos durante su vejez también se reduce, mientras que la sobrevivencia de los padres hace que éstos tengan que enfrentar solos su vejez, con la situación particular de que la mayor esperanza de vida de la mujer hace que crezca la proporción de mujeres ancianas viviendo solas sin apoyos familiares o institucionales para ayudar a la satisfacción de sus necesidades.

En México cada vez se tiene mayor conocimiento sobre las condiciones de sobrevivencia de los ancianos en sí y de los ancianos y sus familias. De esta manera, los análisis concretos de la población envejecida ilustran las situaciones particulares que viven los ancianos en cada uno de los grupos sociales a los que pertenecen.

A pesar de los cambios sociales que han afectado los patrones de formación de la familia, ésta continúa siendo la principal proveedora de apoyo para los ancianos y es posible suponer que éstos dependen más del sostén de su familia y de un sistema informal constituido principalmente por vecinos y amigos, que de los servicios que ofrecen las instituciones de asistencia social y de salud.

Debe insistirse en que, en esta materia, los análisis en profundidad permiten identificar problemáticas que afectan de manera particular a la población femenina.

Así, el proceso de envejecimiento de la población originado en la baja en la fecundidad y el incremento en la esperanza de vida tiene especial significado para las mujeres, tanto porque sobre ellas recae el cuidado de los ancianos en su papel de esposa o hija, como por el hecho de que la mayor sobrevivencia femenina y la reducción en el número de hijos lleva a una proporción cada vez más importante de mujeres a vivir en soledad y con limitaciones económicas ante la carencia de sistemas de seguridad que respondan a las demandas de la población envejecida.

Además, el papel de proveedor y responsable principal del cuidado de los viejos es asumido en general por la mujer, cuando los padres están incapacitados o enfermos. Incluso el cuidado de los ancianos que viven con los hijos es asumido por la nuera cuando los ancianos no son los padres.

Parece por tanto cada vez más evidente que los efectos diferenciales del envejecimiento sobre hombres y mujeres son el reflejo también de situaciones de desigualdad genérica y como tales deben ser analizados.

En el ámbito de la fecundidad, al tratar de explicar la persistencia de elevados niveles de fecundidad entre la población, es necesario hacer referencia a una serie de esquemas de interpretación que establecen que el elevado número de hijos cumple una función para la familia y la sociedad.

En una etapa en la que predominaban elevados niveles de mortalidad, tener muchos hijos era la única forma de garantizar la sobrevivencia de la familia, lo que justificaba una fecundidad alta producto de un comportamiento que, visto de esta manera, puede ser considerado completamente racional y está generado por condiciones estructurales y superestructurales, que poco varían con el tiempo y que resultan difíciles de cambiar, porque fomentan una conducta funcional a la sociedad.

Además de esta situación elemental que representa una respuesta a situaciones que las familias viven en el presente, el nivel de fecundidad parece responder a lo que teóricamente se denomina la dirección del flujo de riqueza entre las generaciones (Caldwell, 1980). Esto es, que en los países en desarrollo, el flujo de riqueza se produce de la generación de los hijos hacia los padres, lo que significa en la práctica que la elevada fecundidad es económicamente racional y sólo cuando la dirección de este flujo cambia se produce una baja en la fecundidad. En términos más sencillos, se puede decir que en sociedades agrarias, o en etapas iniciales de industrialización, o de subdesarrollo, los padres tienen muchos hijos porque éstos representan un insumo fundamental para la producción tanto presente como futura, e incluso constituyen un seguro para la vejez en ausencia de sistemas de seguridad social que garanticen apoyo a los viejos. En esta situación los hijos tienen un valor para los padres en términos afectivos y económicos; realizan trabajos desde pequeños y en la edad adulta asumen responsabilidades para con sus padres que se prolongan hasta la vejez. Cuando las condiciones cambian como resultado de modificaciones en la estructura económica de la sociedad, el trabajo infantil tiende a desaparecer y los niños deben ser enviados a la escuela. En esta nueva situación la generación de los padres constituye la generadora de insumos para las nuevas generaciones con demandas que antes no se manifestaban y por tanto, tener hijos representa un costo cada vez mayor que, a partir de la situación económica familiar, no puede ser absorbido por los padres o el ingreso se prefiere dedicar al consumo en bienes materiales que generan otro tipo de satisfacciones o bien, cuando los recursos son suficientes para satisfacer necesidades por medio del consumo de bienes y servicios, las familias dedican estos recursos a la inversión financiera o en capital humano, enviando a la universidad a sus hijos. En estas condiciones las grandes familias no se justifican para proporciones crecientes de la población.

A partir de los años setenta se produce en México una transformación importante del comportamiento reproductivo, con la introducción de los anticonceptivos modernos que a pocos años de su aparición son sujetos de una demanda creciente por parte de la población femenina.

El descenso en los niveles de fecundidad a través de la anticoncepción se explica, en términos sociales, por la existencia de condiciones que llevan a que, entre grandes sectores de la sociedad, las parejas conyugales perciban que es ventajoso tener un número reducido de hijos, ya sea para poder darles mejor educación y atención, o por el deseo de las mujeres de ocuparse en otras actividades más allá de las tareas del hogar, que permitan su realización como individuos sin restringirse a desempeñar roles asociados con la maternidad. Si a esto se agrega que se cuenta con los medios eficaces para limitar la fecundidad, y se empieza a generar un ambiente social favorable a la planificación familiar, las condiciones estructurales para iniciar el descenso de la fecundidad están dadas.

Ahora bien, aunque la anticoncepción ha sido el elemento más importante para explicar la baja de la fecundidad, existen otros factores que, como parte del desarrollo global de la sociedad tienen cada vez mayor importancia en este proceso.

La influencia que ejerce la estructura social sobre la fecundidad puede ser explicada a través de un esquema analítico en el que se distinguen las diferentes etapas del comportamiento del individuo que llevan a producir el nacimiento de un nuevo ser (Davis y Blake, 1968). Un esquema de esta naturaleza, hace evidente la relación entre lo estrictamente demográfico y el desarrollo social, ya que es posible identificar las influencias directas de la sociedad, sobre la fecundidad.

La incorporación de la población a mayores niveles de escolaridad y, específicamente de la población femenina a la actividad económica, ha producido un incremento en la edad al matrimonio, que es el inicio de una tendencia sostenida en este sentido.

Se puede decir que el acelerado incremento en el uso de métodos para limitar los nacimientos se produce prácticamente en las dos décadas finales del siglo XX, asociado a transformaciones sociales en las que sobresalen la modificación de la condición social de la mujer a través de la educación y su participación en la actividad económica; mientras que por el lado de la oferta, las instituciones privadas (más tarde denominadas organizaciones no gubernamentales) y las instituciones del Sector Salud, asumen un papel activo en la promoción del uso de anticonceptivos.

Los cambios en el nivel de fecundidad de la población del país están suficientemente documentados, de tal manera que es posible describir con gran detalle el descenso en el número total de hijos e identificar los factores que lo originaron. Así, es posible afirmar que el descenso en la fecundidad marital producto de la limitación de los nacimientos a través de los anticonceptivos explica el cambio en la fecundidad, y que el rol desempeñado por las instituciones y la incorporación de la mujer a la educación y a la actividad económica han sido fundamentales en la transformación de los patrones reproductivos. Sin embargo, está claro también que la responsabilidad del control de la fecundidad ha recaído sobre la mujer con una participación marginal del hombre.

Aunque la incorporación a la práctica anticonceptiva ha ampliado la autonomía femenina, esto no se traduce necesariamente en una mejora en sus condiciones de vida, dadas las repercusiones que tienen los procesos de ajuste económico en la distribución del ingreso, el empleo y el acceso a los servicios de salud.

Para De Barbieri y Jiménez,2 los resultados de la investigación comparativa multinacional muestran los cambios en la situación de la mujer en relación con su fecundidad y su salud, a partir de los cambios económicos que se han producido en el país, pero es evidente que las denominadas “décadas perdidas” lo son especialmente para la población femenina, y es posible afirmar que, independientemente de avances logrados en la disminución de la incidencia de ciertas enfermedades, las condiciones de salud de la mujer se han deteriorado y esto se encuentra ligado a estados de desnutrición, particularmente críticos en algunos grupos sociales en los cuales la madre se queda prácticamente sin comer, con tal de que los demás miembros de su familia, en especial sus hijos, pero no sólo ellos, puedan alimentarse.

Por otra parte, el impacto que ha tenido el aborto en la limitación de la fecundidad, aunque es difícil de estimar directamente y se hace necesario utilizar modelos demográficos para conocer sus dimensiones, no parece ser importante en el descenso de la fecundidad, sin embargo, su incidencia se deja sentir sobre la salud de las mujeres.

Debe subrayarse que dados los patrones culturales de nuestra población, en los que se asigna gran valor a la maternidad, es posible suponer que la despenalización del aborto no provoca que su incidencia aumente, pero evita un gran número de muertes femeninas.

El descenso de la fecundidad no puede darse sin transformaciones socioeconómicas y/o socioculturales que incluyan el deseo individual por modificar la conducta reproductiva como condición para lograr un mayor nivel de bienestar.

El tamaño promedio de la familia se ha reducido, pero la distribución de la riqueza es cada vez más inequitativa y las expectativas de mejorar las condiciones de vida se reducen para la gran mayoría de la población.

En el análisis de la familia es un lugar común decir que se encuentra en crisis, pero la realidad es que las familias están cambiando, y en este proceso surgen problemas que toda organización tiene que enfrentar, adaptarse a dichos cambios económicos y sociales es lo más importante, para que se cumpla la razón de ser de la familia.




1. Se denomina transición demográfica al proceso evolutivo a través del cual transitan las sociedades para pasar de una situación en la que se combinan elevadas tasas de natalidad y mortalidad a otra de baja natalidad y mortalidad que dan como resultado en ambos casos bajas tasas de crecimiento natural de la población. La etapa intermedia es una en la cual el descenso acelerado de la mortalidad y una situación de estabilidad en la tasa de natalidad produce una elevada tasa de crecimiento natural de la población. Un proceso de esta naturaleza supone un cambio lineal en el cual cada una de las etapas debe cumplirse. Mientras en los países desarrollados se llegó a la tercera etapa de la transición demográfica hace ya varias décadas, en la mayor parte de los países de América Latina ésta es una situación relativamente reciente y se produce a partir de la caída acelerada de la fecundidad.

2. Teresita de Barbieri y René Jiménez (1995). “Fecundidad, salud reproductiva y pobreza”. Reporte de Investigación (s/f).