Cultura, lectura y deporte. Percepciones, prácticas, aprendizaje y capital intercultural > Introducción

Introducción

Andreas Pöllmann *
Olivia Sánchez Graillet **


El presente libro constituye, ante todo, un recurso para los investigadores, los creadores de políticas públicas, y los ciudadanos interesados en el tema. Por lo tanto, su objetivo es dar un panorama general del amplio universo de los datos estadísticos que forman su base empírica, ofrecer algunas interpretaciones y contextualizaciones iniciales y animar a llevar a cabo futuros análisis independientes. Sin embargo, es importante señalar que este libro (como cualquier otro) no está escrito desde un punto de vista neutral. Nuestros supuestos ontológicos, creencias teóricas e intereses de investigación necesaria e inevitablemente dan forma a nuestra selección de contenidos, análisis e interpretaciones. Por lo tanto, antes de empezar cualquier exploración de datos, primero queremos hacer explícito nuestro enfoque analítico en el estudio de la cultura, la lectura y el deporte.

Para empezar, es importante señalar nuestra convicción de que las culturas incluyen, pero no están limitadas, a las percepciones y prácticas individuales o colectivas en el campo de las artes, de los hábitos de lectura, y del deporte. Por más que el estudio de estas prácticas y percepciones constituya el enfoque principal de este libro, lo hace como parte de una noción más amplia de cultura que está compuesta por formas de capital cultural incorporado, objetivizado e institucionalizado (Bourdieu, 1986). Con base en esta visión bourdieusiana, definimos las culturas “como marcos permeables, evolutivos y ‘compartidos’ de percepción, pensamiento e (inter)acción que se aprenden más o menos conscientemente y que son, tanto formados por sus historias de objetivación e institucionalización, como formativos de las mismas” (Pöllmann, 2014: 55).

Mientras que la concepción de (diferentes) culturas implica cierto grado de continuidad de las formas incorporadas, objetivizadas e institucionalizadas, lo hace sin la intención de evocar las ideas anacrónicas de pureza, homogeneidad e inmovilidad culturales. Las culturas son (y siempre han sido) tanto el producto como el generador de procesos de (inter)cambio y de mezcla complejos, diversos y más o menos heterogéneos. Las diferencias entre culturas nunca están eternamente definidas, no son absolutas ni están libres de excepciones ni de contradicciones. Pero esto no implica que la noción de “diferencias socioculturales” se haya vuelto analíticamente obsoleta (o moralmente sospechosa), como le habría gustado hacernos creer a los creadores de la relativamente reciente moda de parlotear sobre procesos de hibridación cultural.

Hace dos décadas y media, bajo el impacto de la caída del muro de Berlín, la descomposición de la Unión Soviética, el final de la Guerra Fría y la expansión de la Unión Europea, el naciente revuelo sobre “culturas híbridas” (García Canclini, 1989) pudo haber aparecido como una consecuencia lógica del surgimiento de una nueva “ola de mezclaje global” —obviamente, mientras que uno hubiera ignorado generosamente las realidades “no-tan-híbridas” de esa época—. La lista de ejemplos aleccionadores de estas últimas es larga e incluye el auge de los movimientos neofascista y neonazi en muchas partes del mundo; el odio y terror etnonacionalista dentro del territorio de la ex Yugoslavia; los genocidios en Somalia, Rwanda y Burundi, y muchos otros conflictos regionales, nacionales e internacionales en todo el mundo. De hecho, la lista sería literalmente interminable si se incluyeran formas de desigualdad, marginación, desventaja, explotación y humillación comparativamente poco mediatizadas, pero no por eso menos sistemáticas, sistémicas y discrecionalmente eficientes.

Visto en retrospectiva, el entusiasmo ostentoso sobre la hibridación cultural durante la década de los noventa y buena parte de la primera década del nuevo milenio parece, sobre todo, surrealista —en términos de su trivialidad, de su notable desapego de las respectivas realidades empíricas y de su (pretensión de) benevolencia apolítica—. Bajo el velo de una retórica florida, los profetas de la hibridación cultural nos han vendido como una innovación epocal el hecho innegable de que las culturas humanas son productos y productoras de (más o menos pacíficos) encuentros y mezclas entre diferentes individuos y grupos. Este tipo de discurso poco original es llevado a niveles de lo absurdo cuando se interpretan los procesos de mestizaje cultural —a menudo entre representantes de los estratos socioeconómicos privilegiados— como algo separado de los conflictos políticos y de otras luchas por el poder (simbólico).

Pero la característica surrealista más escalofriante de las tesis de hibridación cultural surge de su inclinación a pasar por alto o minimizar las realidades empíricas en gran parte del mundo, junto con una (no tan) sorprendente falta de distanciamiento crítico de las implicaciones sociopolíticas de su propia ideología (ocultada). Es así que “[e]n el campo de la cultura el nuevo totalitarismo se manifiesta a sí mismo […] en un pluralismo armonizador en el que las obras y las verdades más contradictorias coexisten pacíficamente en la indiferencia” (Marcuse, 1965: 82).

En términos de las posibilidades analíticas, del vocabulario interpretativo y del horizonte heurístico importa mucho si la cultura es concebida principalmente como un producto de mercado o como un objeto de consumo (García Canclini, 1995), o si su relación íntima con la distribución desigual del poder (simbólico) y su índole como forma de capital son enfatizadas (Swartz, 1997). Las celebraciones acríticas de la primera visión, sin la debida consideración de la segunda, favorecen la perpetuación del statu quo sociocultural, político y económico, y de la reproducción de las formas establecidas de dominación (simbólica) (Hutnyk, 2005; Kokotovic, 2000; O’Connor, 2003). Para evitar tales complicidades lamentables es importante reconocer que la cultura no es ni abstracta ni inocente. Ciertamente, podría manifestarse a través de más o menos directamente accesibles formas y niveles de abstracción, pero nunca es totalmente abstraída (i. e., desconectada) de su(s) historia( s) de incorporación, objetificación e institucionalización —y del impacto (simbólico) que éstas pudieran tener sobre la recepción, interpretación y apropiación por otros—. La cultura es también rara vez, o casi nunca, inocente. Incluso en los casos de las creaciones artísticas de productores verdaderamente desinteresados y no intencionados, los respectivos productos objectificados también pueden tener efectos socioculturales, políticos y económicos significativos.

Debido a las consideraciones anteriores, la selección de los contenidos del presente libro refleja la necesidad, no sólo de documentar las percepciones y prácticas relacionadas con la cultura, la lectura y el deporte, sino también de contextualizarlas mediante comparaciones por género, edad, escolaridad, autopercepciones de clase social y de discriminación etnoracial, considerando diferentes zonas regionales del país. A partir de estos análisis contextualizados, una parte importante del libro se dedica a explorar el potencial explicativo del capital intercultural incorporado de los encuestados. Cabe enfatizar que los respectivos datos empíricos están disponibles en www.losmexicanos.unam.mx/culturalecturaydeporte, con el fin de permitir a otros investigadores llevar a cabo sus propios análisis (multivariables) e interpretaciones críticas.

Este volumen consta de cinco capítulos. El capítulo 1, “La(s) cultura(s), la lectura y el deporte en el imaginario público”, explora los respectivos significados y propósitos desde la perspectiva de los encuestados. El capítulo 2 examina la participación cultural (i. e., intereses y gustos), los hábitos de lectura y las preferencias deportivas. Bajo el título “Campos de aprendizaje: familia, educación formal y medios de comunicación”, el capítulo 3 se enfoca en 1) las formas de ánimo en el ámbito familiar, 2) las dimensiones culturales e interculturales en el entorno de la educación formal y 3) en los medios de comunicación con miradas nacionales e internacionales. El capítulo 4 se dedica al concepto de capital intercultural, considerando tanto implicaciones socioculturales como posibles aplicaciones empíricas, antes de introducir los indicadores usados en la actual Encuesta Nacional de Cultura, Lectura y Deporte y de presentar la “medida” operacional que se aplicará en los análisis exploratorios que integran el subsiguiente capítulo. El quinto y último capítulo reúne una serie de exploraciones preliminares, que consideran percepciones de la(s) cultura(s), la lectura y el deporte, así como prácticas culturales, de lectura y de deporte en diferentes campos de aprendizaje de acuerdo con el capital intercultural de los encuestados. El libro concluye con una síntesis de algunos de los hallazgos más importantes.



* Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-unam.
** Profesora de la Facultad de Contaduría y Administración-unam.